El hambre en el mundo, afectó a 815 millones de personas en 2016 – sea el 11 por ciento de la población mundial–, según informe anual de la ONU sobre seguridad alimentaria y nutrición. Al mismo tiempo, múltiples formas de malnutrición amenazan la salud de millones de personas.
Este fenómeno se debe en gran medida a la proliferación de conflictos violentos y de perturbaciones relacionadas con el clima, según explica El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2017. Los conflictos –cada vez más agravados por el cambio climático– se apuntan como uno de los principales motivos del hambre y de muchas formas de malnutrición (Véase: http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2017/world-hunger-report/es/).
La malnutrición tiene como resultados el adelgazamiento mórbido, retraso del crecimiento, deficiencias de vitaminas y minerales, sobrepeso u obesidad, y enfermedades no transmisibles. El sobrepeso afecta en gran medida a los países de ingreso medio como producto de dietas malsanas como uno de los principales factores de riesgo de enfermedad: dietas altas en grasas, azúcares, sodio y harinas.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el artículo 25, en su inciso 1, dispone:
«Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad».
La alimentación es un derecho humano por ser un elemento esencial para la vida y desarrollo de las personas. Garantizar su acceso, es un compromiso social ineludible, así como generar políticas públicas que combatan la malnutrición la cual trae consigo múltiples problemas de salud.