El debate sobre el ser y la existencia es de larga data: somos seres humanos y por tanto con derechos y dignidad que proviene de la propia condición de haber nacido. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia, la cual ha de respetarse en cualquier circunstancia de vida. Hemos construido nuestra propia historia, a pesar del libre albedrío, quizá en un grado menor a como nos la construyen las circunstancias: somos reflejo de los caminos que nos toca transitar desde el momento de la concepción.
En ese transitar de vida, en múltiples ocasiones pasamos a la categoría de seres vulnerables: es decir que estamos con mayor propensión a ser víctimas de un riesgo. Cuando nos enfermamos nos convertimos en un ser vulnerable y, aún más, cuando quien enferma o ha tenido un serio accidente ha perdido temporal o permanentemente el nivel de conciencia y por ende el de decidir por sí mismo.
La gran responsabilidad de las personas que trabajan en sistemas de atención de la salud es que precisamente lo hacen con seres vulnerables; con personas que confían en el principio de que quien los trata no solo conoce de la técnica para aliviar el dolor, sino que debe poseer un alto grado de compasión, asunto que lo obliga a entender desde su óptica el sufrimiento del otro. El alivio físico muchas veces transita por el camino del alivio espiritual que comienza con el buen trato, una adecuada comunicación y el reconocimiento de ese ser único que padece el dolor. Las personas de los servicios de salud han de ser concientes de que no tratan enfermedades, sino que tratan seres humanos con algún tipo de dolencia; elemento esencial de la ética del servicio.
Nuestra legislación ha sido cuidadosa en la protección de la ciudadanía ante los servicios públicos y privados de la salud. Ha sido cuidadosa en demandar que se respete el derecho a la imagen de la persona y en delimitar en qué circunstancias una imagen puede o no ser publicada: nunca sin el consentimiento de aquella persona, excepto que se trate de actos públicos o que la publicación esté basada en la notoriedad de aquella persona.
Publicar imágenes de pacientes, sin su consentimiento e incluso con apostillas sobre su estado de salud, es un hecho antiético de irrespeto a ese ser único que somos cada uno de nosotros.