Vivimos la era digital: estamos informados de lo que sucede en el mundo. El teléfono celular se convirtió en una computadora portátil: es agenda, es guía para desplazarse por caminos que no conocemos, es cartelera, es contacto directo con amigos y familiares, es controlador de ejercicios y de signos vitales, es reloj, es despertador, es cámara fotográfica, es ordenador y archivo… es muchas cosas.

En una reunión de amigos, el invitado ideal es el celular: no dialogamos con quien estamos reunidos; pasamos mensajes a alguien que no está ahí. Primero se enfría lo servido en la mesa que dejar de ver lo último de Facebook con un bocado a medio digerir.

Alguien dijo que fuimos capaces de llegar a la luna, pero incapaces de cruzar la calle para saludar al vecino.

Nos angustia la agenda, el compromiso, las deudas, el salario, el índice de accidentes viales, la llave de cañería que se rompió, el plástico arrojado al ambiente, el trabajo inconcluso.

Se sufre por la pérdida de cosechas, la desigualdad en las pensiones y los salarios, las presas en las calles, las primas por la matrícula, el trámite en una oficina despersonalizada, la internet que no funciona.

Hay preocupación por la cita médica que no llega, la inseguridad en nuestros barrios, la noticia de notas rojas, la lluvia que hace daños, la sequía, la ceniza, la marea roja, la extinción de especies…

Todo ello enferma.

Se hace cualquier esfuerzo por aliviar una afección, pero hay pocos dispuestos a realizar esfuerzos para prevenir que no suceda. Vivimos en una sociedad donde cada día se demandan más servicios médicos, y menos servicios que promocionen la salud. Y ante esto, los recursos disponibles en servicios de salud se tornan escasos.